Homenaje a Máximo Damián Huamaní |
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Fuente: La Republica del 08/10/2001
(Por Rodrigo Montoya) Sus padres le decían que debía viajar a Lima, que el futuro estaba allí en la capital del reino, que debía estudiar y ser un abogado. El no quería saber nada de Lima. Le gustaba la música y prefería pasar muchas horas siguiendo los duelos de los Danzantes de Tijeras. Aprendió a tocar el violín oyendo los ensayos de los discípulos de su padre, que era también un violinista. El viejo no quería que el retoño siguiera sus pasos de músico errante. Para que no lo lleven a Lima huyó con sus vacas tierra arriba, pero no pudo aguantar demasiado. Partió caminando. Después de dos días llegó a Puquio, y Máximo Damián Huamaní, nuestro lucanino, ayacuchano y peruano ejemplar, quedó asombrado por la luz artificial. Pensó que Puquio era Lima. Siguió la ruta y sobre un viejo camión llegó a Nasca, que a sus ojos debía ser Lima, pero no era. Un poco más lejos, Ica parecía Lima también, pero tuvo que esperar hasta llegar a esta ciudad cuya alcaldía le rinde hoy un merecido homenaje, 49 años después. Cuando le faltaban sus cerros y sus padres, se consolaba con un violín humilde pero fiel. ¿Qué habría sido de su vida sin ese instrumento maravilloso? Lo trajeron los españoles, pero aquí junto con el arpa se volvió tan andino como cualquiera de los nevados, como el Qarwarasu, el Wamani o Apu Mayor de los Rucanas. Las propinas que le ofrecían por tocar en las fiestas de los pueblos en Lima no eran suficientes y tuvo que trabajar en muchos oficios: doméstico en todas partes, siempre de paso, huyendo del mal trato y el desprecio, vendedor ambulante, obrero de una fábrica, conserje de un banco. Un día José María Arguedas fue a buscarlo cuando vivía en un corralón grande de la avenida Sucre. Le había oído tocar su violín en un programa de Pizarro Cerrón en Radio El Sol. Desde entonces hasta diciembre de 1969 se quisieron mucho. Se sintió fortalecido con los aplausos. Llegó a la conclusión de ser violinista y nada más. Ese es y seguirá siendo su oficio mayor, aunque el trabajo no sea el mismo de antes y hasta cuando le toque ir hasta las faldas del Qoropuna, a donde van los quechuas cuando el corazón deja de latir. No sabemos si Máximo hizo un contrato con los Wamanis para tocar 400 ó 500 años. El no lo dirá. Se irá con su secreto. Las malas lenguas dicen que se trata de un "pacto con el diablo", pero ya sabemos que esa es una de las muchas mentiras inventadas por los curas. Sí sabemos que el violín de Máximo se enriquece con la melodía del agua de esos ríos y cataratas que cantan y con la fuerza de los vientos que soplan en nuestras tierras altas. Cuando Isabel Asto tenía 13 años, Máximo le dijo: "Vas a crecer para mí". Era un desafío a la autoridad de los padres. Varios años después, Máximo e Isabel se casaron en Lima siguiendo la tradición de San Diego de Ishwa, el ayllu de ambos en el Valle de Sondondo de la provincia de Lucanas. Desde entonces el violín y la voz de Isabel están siempre juntos como sus propias vidas. Con su violín, un arpista y danzantes de tijeras viajó por todas partes en los Andes y en la costa. Después, Santiago de Chile y otros viajes largos a Europa, Japón y Estados Unidos. Desde que conozco a Máximo él sigue siendo el mismo: no piensa en el mercado de los discos ni en lo que debe hacer para gustar a nuevos compradores. Toca lo que siente y siente lo que aprendió en su pueblo. Para qué cambiar si debemos ser simplemente como somos. No tiene necesidad de ponerse máscaras para representar lo que no es. Siempre fue y será un hombre de San Diego de Ishwa, nada más. Habla poco, tiene un sentido del humor para reírse del resto del mundo y de él mismo con total irreverencia. Con Máximo e Isabel nos queremos desde hace muchos años. Hace poco compartimos el dolor cuando enterramos a Anita con arpas, violines, voces y danzantes de tijeras. Hoy, le agradezco el honor que me hizo el pedirme que hable esta noche. Es mía también su alegría |
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