5 de abril de 1992 El Autogolpe de Alí Baba |
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Fuente:
Caretas del 04/04/2002 Al final del fujimorato, el país se enfrentó a la realidad de que había estado en manos de 40 ladrones. Autoritarismo personal y Plan Verde fascistoide desembocaron en una corrupción repulsiva.
EL golpe del 5 de abril de 1992 cayó como una sorpresa sobre el país y causó la indignación de su sector más firmemente democrático. Estupor e ira fueron la seña de una enorme desgracia nacional. Casi todos los atentados contra la institucionalidad republicana del siglo XX habían sido precedidos por rumores y previsiones a lo largo de meses. Así ocurrió con los cuartelazos contra José Luis Bustamante y Rivero, en 1948, y contra Fernando Belaunde, en 1968. La cólera de políticos, intelectuales, ciudadanos de a pie y periodistas independientes resultó contrarrestada, más que por la fuerza y la violencia militar, por la indolencia cívica de la mayoría. Un factor fue la sumisión inmediata de la televisión y de algunos órganos de prensa, como Expreso; pero asimismo pesó una primera encuesta de POP. CARETAS, en su edición del 16 de abril, fustigó esa supuesta consulta que arrojó altísimo apoyo al golpe. Sin embargo, masivamente difundido, el sondeo inventado pesó en el ánimo público. Eso se reflejó en ulteriores consultas de opinión pública. Pero, lo dicho, el golpe causó asombro, porque nada en las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Congreso indicaba un impase insalvable, que obligara a la disolución del Senado, que, según la Constitución entonces vigente, no podía ser disuelto, y de la Cámara de Diputados. El golpe fue ante todo una traición de Fujimori, un nisei virtualmente desconocido, a quien la voluntad popular había elevado al más alto cargo de la República. Ese 5 de abril él decidió pisotear la Constitución y, de paso, la voluntad ciudadana. CARETAS, que fue clausurada por las tropas, describió el escenario, apenas liberada por su propio personal ante la impotencia de los soldados, que no supieron cómo reaccionar frente a las cámaras de televisión y de prensa nacionales y extranjeras. Dijimos en la Edición de Protesta del 10 de abril: "Fujimori culpa de buena parte
de sus frustraciones a un Congreso Nacional en el que prima una dispersa mayoría
opositora.
"Hagamos un poco de memoria". "No es culpa de la oposición que un sector importante de la bancada de Cambio 90 se haya apartado del movimiento reduciendo aún más la representatividad del oficialismo en el Parlamento. La culpa la tiene más bien el desdén con que Fujimori ha tratado desde un principio a sus dirigentes, a sus militantes y hasta a sus propios vicepresidentes y primeros ministros." En ese amplio editorial, dibujaba CARETAS la creciente fuerza del autoritarismo personal de Fujimori. Ese rasgo personal se entrelazaba ahora con un proyecto antidemocrático castrense. El sonado Plan Verde, urdido por los militares contra Alan García a fines del gobierno de éste, encontraba la ocasión de plasmar su fórmula fascistoide, con un presidente civil. No propugnaba un régimen militar, pero sí uno basado en los tanques y las demás armas de la fuerza pública. Vladimiro Montesinos era el enlace entre Fujimori y la cúpula castrense. Recuérdese que aún transcurrían los días de la dictadura fascista de Augusto Pinochet y que Fujimori no vacilaba en adjudicarse el mote de "Chinochet". Además, Sendero Luminoso había exasperado con sus crímenes contra el país y contra la fuerza pública a los militares. Los partidos, particularmente el más fuerte, el Apra, estaban en pleno descrédito. La campaña oficial contra la "partidocracia" había calado en muchos ciudadanos. También la desesperación de una mayoría agobiada por la violencia terrorista, la creciente pobreza y el desempleo, le hacía concebir que, despidiendo al Congreso, habría dinero para aumentar, por ejemplo, los sueldos de los 200 mil maestros del país. El 7 de abril, una encuesta de Apoyo en Lima indicaba que el 71% aprobaba la disolución del Congreso y 89%, la reestructuración del Poder Judicial. Los grandes medios de comunicación habían contribuido al descrédito de las
instituciones de la democracia, pero no se puede ocultar que para el éxito de su campaña
pesaba el creciente descrédito de políticos y jueces.
Un sector que institucionalmente se pronunció en favor del golpe fue el empresarial. Apoyo realizó el 15 de abril una encuesta entre empresarios. Con motivo de la realización de un Servicio de Asesoría Empresarial (SAE), esa empresa encuestadora halló la siguiente paradoja: 79% definía al régimen como dictatorial y sólo el 16% como democrático. Pero luego, ante la pregunta acerca de una calificación del gobierno de Alberto Fujimori, 68% aprobaba la disolución del Parlamento; 89% estaba de acuerdo con el cese de vocales del Poder Judicial y, finalmente, 87% expresaba su aprobación al régimen anticonstitucional establecido por Fujimori. Algunos empresarios, como Ricardo Vega Llona, hoy "zar" antidrogas, salvaron el honor del empresariado nacional. Entre los empresarios prominentes que aplaudieron el golpe de mano destacaron desde el primer momento Jorge Camet, entonces presidente de la Sociedad Nacional de Industrias; Juan Antonio Aguirre Roca (presidente de Confiep), Rafael Rey y Oswaldo Sandoval. En momentos en que autoridades de los organismos financieros multilaterales y el gobierno de Estados Unidos anunciaban el cese de todo apoyo y todo crédito al gobierno ilegítimo, varios de esos personajes publicaron una "Declaración Cívica en favor del Pueblo Peruano". En ese texto se decía: "Conscientes de que la crisis económica y social de nuestro país debe resolverse simultáneamente y no con posterioridad a la crisis política, invocamos a los organismos financieros del mundo y los gobiernos de los países amigos a que manifiesten cuanto antes su espíritu solidario, aportando su colaboración económica para aliviar en algo a la gran mayoría de hombres y mujeres del Perú". Entre los firmantes figuraban, notablemente, Rafael Rey, Eduardo Mc Bride, Juan Antonio Aguirre Roca y Carlos Bruce. Jorge Picasso, a la sazón presidente de la Asociación de Bancos, manifestó, según
El Peruano del 9 de abril, "que el sector empresarial apoya las decisiones tomadas
por el presidente Fujimori, indicando que no podía permitirse por más tiempo la
infiltración de elementos corruptos y subordinados a intereses partidarios en
instituciones importantes como el Congreso y el Poder Judicial".
NO SOLO EN LIMA Los ciudadanos no podían suponer, tampoco, que los moralistas de abril de 1992 iban a resultar unos pícaros de cuenta. O de cuentas: a Vladimiro Montesinos, el intelectual del golpe, se le han encontrado por lo pronto, US$ 33 millones en Suiza y ocho millones más en Luxemburgo y falta sumar. El general Nicolás Hermoza detenta US$ 20'550,000 dólares. Al general Víctor Malca se le han ubicado US$ 16 millones (fue ministro de Defensa desde noviembre de 1991 y después del autogolpe siguió en el cargo hasta enero de 1996). Era sin duda hombre ahorrativo: en un momento afirmó que había conservado íntegros cuatro millones y medio de dólares recibidos como adelanto de herencia de su señor padre y que los guardaba en un colchón. Después, desapareció del país. Se ignora si salió llevando a cuestas su mullido dormidero. La aprobación al crimen antidemocrático fue general no sólo en Lima. El 12 de abril de ese año, una encuesta realizada por Apoyo en la capital y las principales ciudades del país arrojó más de una sorpresa. Por ejemplo, Arequipa, con 88% de aprobación a Fujimori, superaba a Lima, que otorgaba a éste un 82%. Las cifras eran igualmente complacientes en Iquitos (80%), Cusco (75%), Trujillo (66%) y Piura (77%). Era un tsunami de conformidad. Lo cierto es que el régimen se asentó sobre ese apoyo. Y su mala entraña y la corrupción fueron creciendo gracias a tal asentimiento. El que una gran masa incolora aplaudiera el golpe no quiere decir que todo el mundo lo soportara con resignación. Hay que consignar, por ejemplo, la actitud erguida y viril del presidente de la Cámara de Diputados, Roberto Ramírez del Villar. Ramírez del Villar mantuvo en esa etapa una actitud de erguida intransigencia, en el sentido de no aceptar negociaciones o componendas con un gobierno ilegítimo. Su posición lo llevó incluso a renunciar al Partido Popular Cristiano, que aceptó la fórmula del Congreso Constituyente Democrático. Papel lúcido de vanguardia y de coraje desempeñó Alberto Borea, quien desde el
ángulo del derecho y de la soberanía democrática buscó salidas que no convalidaran el
régimen antidemocrático.
Máximo San Román. primer vicepresidente de la República, que se hallaba en el extranjero, condenó de inmediato el golpe. El Congreso, reunido de forma clandestina, lo proclamó Presidente Constitucional. Pero las maniobras del fujimorismo lo dejaron al fin solo. Fue el primer testigo de cómo los créditos internacionales ya acordados al Perú quedaban en suspenso. Fernando Belaunde llamó a apoyar a San Román. Muchos congresistas se batieron, con la sola fuerza de sus puños, a la soldadesca que había cerrado el Congreso. Entre ellos se puede recordar a Aurelio Loret de Mola, ahora ministro de Defensa. Fueron días de pasión cívica en medio de la indolencia mayoritaria. Mario Vargas Llosa llegó a convocar a la insurgencia, prevista por lo demás en la Constitución de 1979. También algunos medios de comunicación fueron el preludio de lo que más tarde sería una torrentosa resistencia: La República, CARETAS, Antena Uno Radio, dos veces clausurada. En ese momento algunos intentaron una vuelta a la democracia que, sin embargo, pusiera a salvo a los golpistas. Una de las movidas más diestras en esa dirección fue la de Hernando de Soto. Se precia él de haber concebido la promesa que Fujimori, asustado por la reacción internacional, llevó a una asamblea de la OEA en Nassau, las Bahamas, en el sentido de convocar una Asamblea Constituyente. La novedad de la propuesta consistió en que Fujimori se desdijo de lo que había prometido en su mensaje del 5 de abril: una comisión de "connotados juristas" que redactaría una nueva Constitución, la cual sería luego sometida a plebiscito. Un plagio que no tuvo éxito ocurrió en Guatemala el 24 de mayo de 1993. Ese día, el presidente Jorge Serrano Elías, también con el apoyo de las Fuerzas Armadas, decidió disolver el Congreso y el Poder Judicial. Pero una impetuosa reacción del pueblo y de la prensa, que burló la censura, lo obligó a renunciar a los pocos días. Serrano explicó que se había inspirado en Fujimori. El pueblo guatemalteco no siguió el mal ejemplo de la mayoría peruana, esa mayoría que al final iba a despertar y a arrojar a la cárcel o a la fuga a los autores del golpe del 5 de abril de 1992.
El Día Que Se Fregó La Tele
POCO se ha dicho de la apurada reunión de Fujimori con tres dueños de canales de TV en la mismísima noche del golpe dominical. La ironía es espectacular: mientras el Presidente ensoberbecido daba a Manuel Delgado Parker, Nicanor González Urrutia y Mendel Winter Zuzunaga las justificaciones golpistas y les pedía apoyo; éstos lo veían pronunciar la palabra "disolver" en el televisor de la salita del Gral. Nicolás Hermoza Ríos en el Pentagonito. Eran cerca de las 10 pm y los telecasters veían a Fujimori en cadena patear el tablero nacional en un video al que ninguno había dado pase, pues se encontraban camino a Palacio donde los llamaron de urgencia. De ahí los llevaron al Pentagonito y les impidieron hacer llamadas. Simplemente, los encargados de turno de sus canales habían recibido la señal y la trasmitieron como hasta hoy se suele hacer, sin chistar, cada vez que un presidente decide interrumpir la modorra del país. Delgado y González entendieron al vuelo lo que pasaba y lo que se les podía venir encima, pues vivieron la experiencia velasquista. Hicieron tímidos reproches a Fujimori y se mostraron preocupados por el futuro inmediato de la libertad de prensa. Fujimori los tranquilizó sin hacerles caso; estos le correspondieron sin creerle nada. Los días siguientes, con los canales vigilados, manifestarían sus discrepancias midiendo tanto pero tanto sus pasos que con los años sus empresas, mediando cambios y ajustes de mando, se vieron envueltas en el cuento fujimontesinista. Winter, en cambio, se entusiasmó con el golpe y le dijo allí mismo a Fujimori que lo
apoyaba sin remilgos. Baruch Ivcher estaba en Israel, convaleciente de un accidente
automovilístico, y sólo manifestó sus simpatías meses más tarde, luego del atentado
contra el Canal de junio de 1992. Genaro Delgado Parker estaba apartado de la pantalla,
dedicado al cable y los celulares, y era su hermano Manuel quien manejaba al 5 y a RPP.
Los detalles de esta reunión los sabemos hoy gracias a las pesquisas de la Subcomisión Investigadora de la Denuncia Constitucional contra Fujimori y el gabinete golpista del 5 de abril. Los congresistas Eittel Ramos de PP, Aurelio Pastor del Apra y José Luis Risco de UN encontraron que la reunión con el petit comité de la TV había sido indispensable para medir el peso del poder mediático que el Presidente y su Asesor habían de controlar o corromper (quizá aún no se habían decidido por la segunda opción) en su plan continuista. Los testimonios de los 3 citados coinciden en señalar la llamada tardía, el desvío de Palacio hacia el Pentagonito, la inoperancia de los celulares. Incluso Winter admite que manifestó su respaldo a Fujimori ante la extrañeza de sus colegas. González dice: "...nos agarró a nosotros dos de sorpresa que él, primero se paró y dijo que en lo que se refería al Poder Judicial, al Congreso y a otras cosas más, él estaba totalmente de acuerdo y que Frecuencia Latina estaba de acuerdo... Cuando salimos de la reunión tanto Delgado Parker como yo le manifestamos oye, tú no puedes ser la voz discrepante... tú no puedes decir estamos totalmente de acuerdo y te olvidas de los otros, porque tú no sabes las ramificaciones de estas cosas". Winter, en su testimonio, reconoce su fujimorismo pero se la devuelve a Nicanor: "Nos citaron a Palacio, no sabíamos para qué y después de especular por varios minutos, el señor Nicanor González dijo que él se había informado a través de Blacker Miller". Con lo que da a entender que el dueño del 4 sabía o, al menos sospechaba, lo del golpe y no lo hizo saber a los periodistas de su canal. Queda establecido, eso sí, que el entonces canciller Augusto Blacker Miller fue un colaborador eficaz del golpe: él fue quien llamó a Delgado y a González, y Winter recuerda que ingresó a la reunión en la oficina de Hermoza y le dijo a Fujimori: "Presidente, ya va a salir el mensaje, prenda usted el televisor". Por declaraciones de Montesinos a la subcomisión, se podría deducir que éste tuvo la ocurrencia de convocar a los medios, pero Fujimori y Hermoza asumieron plenamente la idea. La pantalla tenía más impacto que la prensa escrita y por eso reunieron a sus dueños durante la noche misma (aunque unos días después Fujimori y Hermoza visitaron a los directores de El Comercio con un mensaje que sumaba las disculpas al solapado pedido de respaldo). Si sólo estuvieron representados el 2, 4 y 5 es porque Julio Vera Gutiérrez estaba de viaje y se hubiera sentido más que incómodo, pues se involucró en la rebelión antifujimorista del Gral. Salinas Sedó y compañía en noviembre de 1992. Los que coleccionan fechas determinantes podrían anotar que ese 5 de abril también fue el día en que se jodió la televisión. (Fernando Vivas).
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